sábado, 31 de marzo de 2012

Estrofa marina

Como palabras trazadas
en el oro polvoriento de una playa
que el océano de inexorables olas
poco a poco trabaja hasta borrarlas,
así, a través del tiempo,
se ha ido nuestro amor desmigajando
y de él tan solo quedan
innumerables fantasmas,
volcanes apagados en el alma,
esquirlas del pasado
y la agria certidumbre de un naufragio.

Javier Viveros 

           «Velero», Roberto Castellanos

Nuestro amor

Nuestro amor no constituye una singularidad en el universo,
ni habrá de modificar el curso de la historia,
no lo celebrarán los poetas en sus versos,
ni empapará su nombre con la gloria.
El amor que nos une es muy sencillo,
es corriente y tan simple como el agua,
no eclipsaría a una estrella con su brillo...
pero es puro, es real y eso nos basta.

Javier Viveros 

              «Encuentro», óleo de Luis Nombela Gómez

jueves, 29 de marzo de 2012

Mesías nunca más

Galopa un rumor en el pueblo
Anuncia un mesías al país
Y un presagio de miedo en el viento
Electriza el solar guaraní.

El pueblo despierta en la memoria
Su lucha por la libertad
Durante la pasada historia
Y grita: Dictadura nunca más.

La juventud marchó a la plaza
Con la patria querida en su voz
Y los esbirros del mesías
Con balas, su sangre derramó.

La juventud creció en coraje
Como los niños de Acosta Ñu
Y estremeció con su mensaje:
"El sol de mayo renace en marzo
El orgullo de ser paraguayo
Será eterno como la luz".


Rudy Torga

            «Paisaje», Carolina Alem

Madre guarania

Cuando una guarania me entrega su arrullo.
Siempre te recuerdo, dulce madre mía.
Su doliente acento me evoca en susurro
tu suave sonrisa, tu melancolía.

No sé qué nostalgia de dicha te aflige.
No sé qué esperanza en tu alma palpita.
Sólo madre mía sé que eres tan triste,
como si ser triste fuera tu alegría.

Desde algún remoto callejón del tiempo
vienes a mi encuentro madre-tierra mía.
Te hiciste guarania-himno de mi tierra.
Para visitarme en esta lejanía.

Cuando una guarania me entrega su arrullo.
Siempre te recuerdo, dulce madre mía.


Rudy Torga 

          «Mantón y guitarra», Victoria Macias

viernes, 23 de marzo de 2012

Y si después de tantas palabras...

¡Y si después de tántas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!
¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da…!
¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena…
Entonces… ¡Claro!… Entonces… ¡ni palabra!

César Vallejo

            «Poesía» óleo de Alex Alemani

Yo

Yo cuando siempre y por entonces mudo,
abierto hasta el dolor, sin presentirlo,
sol de mi sombra y amparado escudo,
aullantes de nostalgias mis sentidos,
yo sin saber, y oscuro retenido,
agitando rincones agoreros,
buscando entre las risas otros labios
de azucenas lloradas de aguaceros.

Yo siempre así, sin fuerza para el río,
para nadar lo gris de la corriente,
hecho de asa inerte y sollozada
en la inquietud de ser adolescente.
Yo sin virtud, que por matar la mía
abandoné el silencio y la espectancia
y oscureciendo el tono de mis ojos
dejé morir sin rosas una infancia.

Sí, siempre yo y ya nunca consentido
de un huérfano dolor y canto mío,
igual a todos y aterido y triste,
yo frente a mí y ya nunca niño mío.

José Luis Appleyard

         «Recuerdos de la infancia», óleo de Aldo Rodriguez

jueves, 22 de marzo de 2012

Hay un sitio

               «Lapacho rosado» , Pablo Alborno

Hay un sitio en el mundo donde vivo
pequeño y singular,
un sitio mío,
un pedazo de tierra con olor a madera,
con gentes como yo,
de diminuto, sangrante y triste
corazón cautivo.

Un pedazo de tierra, pocos hombres,
y un alfanje de acero como río.
yo estoy en él, soy parte de esa parte
minúscula del mundo. tengo amigos
que comparten el tiempo y lo desangran
con lentitud, sin prisa, desde antiguo.

La vida es muy sencilla,
sólo basta
ser fiel al cumplimiento de los ritos:
matar a la verdad cada mañana
y dejarla morir cada domingo.
Quien conoce la clave, dulcemente
puede vivir tranquilo en este sitio.
Las palabras mantienen la tersura
de su forma redonda y sin resquicios,
Pero aquello que encierran por ser verbo
en cada labio da un sabor distinto.
La gramática es tensa, diferente
de toda similar. Sólo el sonido
de sus vocablos tiene semejanza
con un idioma al que llamara mío.

Hay sinónimos claros, transparentes:
ser libre es vegetar sin albedrío,
robar es trabajar, amor es odio,
y vivir es morir desguarnecido.
La soledad se llama compañía
y el traicionar, ser fiel a los amigos.
La novedad, vejez. Todo lo nuevo
tiene una oscura pátina de antiguo.

Hay un sitio en el mundo donde vivo
pequeño y singular.
un sitio mío,
un pedazo de tierra que se pudre,
con gente como yo,
de diminuto, sangrante y triste
corazón cautivo.


José Luis Appleyard 

martes, 20 de marzo de 2012

La pensativa

En los jardines otoñales,
bajo palmeras virginales,
miré pasar muda y esquiva
la Pensativa.

La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;
Que en el misterio se perdía
De la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;
Y su faz bella vespertina
Era un pesar en la neblina...

Luego marchaba silenciosa
A la penumbra candorosa;
Y un triste orgullo la encendía,
¿Qué pensaría?

¡Oh su semblante nacarado
Con la inocencia y el pecado!
¡oh, sus miradas peregrinas
de las llanuras mortecinas!

Era beldad hechizadora;
Era el dolor que nunca llora;
¿Sin la virtud y la ironía
Qué sentiría?

En la serena madrugada,
La vi volver apesarada,
Rumbo al poniente, muda, esquiva
¡La Pensativa!

José María Eguren 

     Pensativa, óleo sobre lienzo. Arsen Kurbanov

La niña de la lámpara azul


En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.

José María Eguren 

                   «Niña»,  Blue Ribbon, Óleo sobre tabla

El dolor de la noche

Cuando tiembla la noche tardía
en los arenales y los campos negros,
se oyen voces dolientes, lejanas,
detrás de los cerros.
¡Es el canto del bosque perdido,
con la gama antigua de silvestres notas,
o el gemir del turbón ignorado,
por vegas y sombras!
¡O el distante clamor de las fieras
que en las pampas brunas
y en las lomas y campos eriales
envían al hombre sus iras nocturnas!
¡El coro que sube remoto a los cielos
será de la muerte la roja palabra
o el clamor de ciudad brilladora
que se hunde, se apaga!
¡El rondó que triste
las pendientes dormidas circunda:
el grito del odio será de los montes,
será de las tumbas!
Cuando se obscurecen las bromas erguidas
en los arenales y los campos negros,
cómo suena el dolor de la noche
¡detrás de los cerros!

José María Eguren

           
     Van Gogh «La noche estrellada», óleo sobre lienzo

lunes, 19 de marzo de 2012

Esta nostalgia

Este sueño que vivo,
esta nostalgia con nombre y apellido,
este huracán encerrado tambaleando mis huesos,
lamentando su paso por mi sangre...
No puedo abandonar el tiempo y sus rincones,
el valle de mis días
está lleno de sombras innombrables,
voy a la soledad como alma en pena,
desacatada de todas las razones,
heroína de batallas perdidas,
de cántaros sin agua.
Me hundo en el cuerpo,
me desangro en las venas,
me bato contra el viento,
contra la piel que untada está a la mía.
Qué haré con mi castillo de fantasmas,
las estrellas fugaces que me cercan
mientras el sol deslumbra
y no puedo mirar más que su disco
-redondo y amarillo-
la estela de su oro lamiéndome las manos,
surcándome las noches,
desviviéndome,
haciéndome desastres...
Me entregaré a los huracanes
para pasar de lejos por esa luz ardiendo.
Estoy muriéndome de frío.

Gioconda Belli 

       Óleo sobre lienzo «En el ojo del huracán», Reynerio Tamayo


Abandonados

Tocamos la noche con las manos
escurriéndonos la oscuridad entre los dedos,
sobándola como la piel de una oveja negra.

Nos hemos abandonado al desamor,
al desgano de vivir colectando horas en el vacío,
en los días que se dejan pasar y se vuelven a repetir,
intrascendentes,
sin huellas, ni sol, ni explosiones radiantes de claridad.

Nos hemos abandonado dolorosamente a la soledad,
sintiendo la necesidad del amor por debajo de las uñas,
el hueco de un sacabocados en el pecho,
el recuerdo y el ruido como dentro de un caracol
que ha vivido ya demasiado en una pecera de ciudad
y apenas si lleva el eco del mar en su laberinto de concha.

¿Cómo volver a recapturar el tiempo?

¿Interponerle el cuerpo fuerte del deseo y la angustia,
hacerlo retroceder acobardado
por nuestra inquebrantable decisión?

Pero... quién sabe si podremos recapturar el momento
que perdimos.

Nadie puede predecir el pasado
cuando ya quizás no somos los mismos,
cuando ya quizás hemos olvidado
el nombre de la calle
donde
alguna vez
pudimos
encontrarnos.

Gioconda Belli
     Óleo sobre tela  «Pensativa», Patricia Avellaneda

Como tinaja

En los días buenos,
de lluvia,
los días en que nos quisimos
totalmente,
en que nos fuimos abriendo
el uno al otro
como cuevas secretas;
en esos días, amor
mi cuerpo como tinaja
recogió toda el agua tierna
que derramaste sobre mí
y ahora,
en estos días secos
en que tu ausencia duele
y agrieta la piel,
el agua sale de mis ojos
llena de tu recuerdo
a refrescar la aridez de mi cuerpo
tan vacío y tan lleno de vos.

Gioconda Belli
        «La chica del cántaro», Miguel Ángel Morales

Óyeme

Mi voz va en busca ya de tus oídos.
Yo sé que te castiga ese silencio
de Dios. No hay rama seca que se rompa
haciendo suponer que Dios camina
detrás de ti, por tan oscuro bosque,
y encienda en tu mirada una esperanza.
Pero no importa, súbete a mi canto.
Y cree. Sólo cree y se abrirán
las olas a tu paso y se pondrán
los cielos a tu diestra. La tristeza
se irá por donde entró y algún jazmín
ocupará su sitio y nuevamente
las flores imposibles de tu vida
darán su aroma en tu pequeño huerto.
Estoy aquí llamándote mi hermano.
Tan sólo calla al viento y óyeme.

Delfina Acosta 
             Óleo «Jazmines», García de Meneses

Golondrinas

Está la lluvia por caer y el viento
agita las violetas y los lirios.
El mundo mira por el ojo oscuro
del nubarrón y cae hasta la boca
del viejo aljibe que las risas guarda.
Y qué alegría contemplar el vuelo
de aquellas golondrinas que parecen
que vienen a buscarme. Si me llevan
sobre las hierbas frescas y aromadas
o sombras de abedules que me dejen.
Las pertenencias de la lluvia son
innumerables y no sé decirlas.
No es solamente el agua. Algún jilguero
buscando estoy para besar su boca.
Ya son las cinco de la tarde. ¿Escuchas
el retumbar ardiente de los truenos? 

Delfina Acosta

         Óleo sobre tabla «Golondrinas» Rocío Galindo Pinto


viernes, 16 de marzo de 2012

La griega

Vimos a una mujer morena construir el acantilado.
No más de un segundo, como alanceada por el sol. Como
Los párpados heridos del dios, el niño premeditado
De nuestra playa infinita. La griega, la griega,
Repetían las putas del Mediterráneo, la brisa
Magistral: la que se autodirige, como una falange
De estatuas de mármol, veteadas de sangre y voluntad,
Como un plan diabólico y risueño sostenido por el cielo
Y por tus ojos. Renegada de las ciudades y de la República,
Cuando crea que todo está perdido a tus ojos me fiaré.
Cuando la derrota compasiva nos convenza de lo inútil
Que es seguir luchando, a tus ojos me fiaré.

Roberto Bolaño
            Óleo «La mujer griega», Helena Rovira Moreno


La suerte


Él venía de una semana de trabajo en el campo
en casa de un hijo de puta y era diciembre o enero,
no lo recuerdo, pero hacía frío y al llegar a Barcelona la nieve
comenzó a caer y él tomó el metro y llegó hasta la esquina
de la casa de su amiga y la llamó por teléfono para que
bajara y viera la nieve. Una noche hermosa, sin duda,
y su amiga lo invitó a tomar café y luego hicieron el amor
y conversaron y mucho después él se quedó dormido y soñó
que llegaba a una casa en el campo y caía la nieve
detrás de la casa, detrás de las montañas, caía la nieve
y él se encontraba atrapado en el valle y llamaba por teléfono
a su amiga y la voz fría (¡fría pero amable!) le decía
que de ese hoyo inmaculado no salía ni el más valiente
a menos que tuviera mucha suerte.

            Óleo «Enamorados», Gonzalo Haro Domenech