viernes, 13 de enero de 2012

En el Belvedere

Fue una noche asuncenamente bella: fingía
desmayos de ternura por mi corbata gualda.
Verlaine, dentro de mi copa de ajenjo, sonreía
con una irresistible sonrisa de esmeralda.

Lloraban dos violines. Cien princesas había
en el café sentadas. Entró una, de espalda
tersa como la luna; radiosa geometría
me hizo soñar de paso su voluptuosa falda.

A unos metros escasos, la joven tomó asiento
y desde bajo el ala de su sombrero rosa
me miró y dio el perfume de una sonrisa al viento.

Bebí mi ajenjo, y luego, temiendo me avasalle
aquella tentadora sirena luminosa,
corazón en la mano me refugié en la calle.

Manuel Ortiz Guerrero

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