martes, 31 de enero de 2012

Noche compartida en el recuerdo de una huida

Golpes en la tumba. Al filo de las palabras golpes en la tumba. Quén vive, dije. Yo dije quién vive. Y hasta cuándo esta intromisión de lo externo de lo interno, o de lo menos interno de lo interno, que se va tejiendo como un manto de arpillera sobre mi pobreza indecible. No fue el sueño, no fue la vigilia, no fue el crimen, no fue el nacimiento: solamente el golpear como un pesado cuchillo sobre la tumba de mi amigo. Y lo absurdo de mi costado derecho, lo absurdo de un sauce inclinado hacia la derecha sobre un río, mi brazo derecho, mi hombro derecho, mi oreja derecha, mi desposesión. Desviarme hacia mi muchacha izquierda -manchas azules en mi palma izquierda, misteriosas manchas azules-, mi zona de silencio virgen, mi lugar de reposo en donde me estoy esperando. No aún es demasiado desconocida, aún no sé reconocer estos sonidos nuevos que están iniciando un canto de queja diferente del mío que es un canto de quemada, que es un canto de niña perdida en una silenciosa ciudad en ruinas.
¿Y cuántos centenares de años hace que estoy muerta y te amo?
Escucho mis voces, los coros de los muertos. Atrapada entre las rocas: emportrada en la hendidura de una roca. No soy yo la hablante: es el viento que me hace aletear para que yo crea que estos cánticos del azar que se formulan por obra del movimiento son palabras venidas de mí.
Y esto fue cuando empecé a morirme, cuando golpearon en los cimientos y me recordé. Suenan las trompetas de la muerte. el cortejo de muñecas de corazones de espejo con mis ojos azul-verdes reflejados en cada uno de los corazones .
Imitas viejos gestos heredados. Las damas de antaño cantaban entre muros leprosos, escuchaban trompetas de la muerte, miraban desfilar -ellas, las imaginadas- un cortejo imaginario de muñecas con corazones de espejo y en cada corazón mis ojos de pájara de papel dorado embestida por el viento. La imaginada pajarita cree cantar; en verdad sólo murmura como un sauce inclinado sobre el río.
Muñequita de papel, yo la recorté en papel celeste, verde, rojo, y se quedó en el suelo, en el máximo de la carencia de relieves y de dimensiones. En medio del camino te incrustaron, figurita errante, estás en el medio del camino y nadie te distingue pues no te diferencias del suelo aun si a veces gritas, pero hay tantas cosas que gritan en un camino ¿por qué irían a ver qué significa esa mancha verde, celeste, roja?
eSi fuertemente, a sangre y fuego, se graban mis imágenes, sin sonidos, sin colores, ni siquiera lo blanco. Si se intensifica el rastro de los animales nocturnos en las inscripciones de mis huesos. Si me afinco en el lugar del recuerdo como una criatura se atiene a la saliente de una montaña y al más pequeño movimiento hecho de olvido cae -hablo de lo irremediable, pido lo irremediable-, el cuerpo desatado y los huesos desparramados en el silencio de la nieve traidora. Proyectada hacia el regreso, cúbreme con una mortaja lila. Y luego cántame una canción de una ternura sin precedentes, una canción que no diga de la vida ni de la muerte sino de gestos levísimos como el más imperceptible ademán de aquiescencia , una canción que sea menos que una canción, una canción como un dibujo que representa una pequeña casa debajo de un sol al que le faltan algunos rayos; allí ha de poder vivir la muñequita de papel verde, celeste y rojo; allí se ha de poder erguir y tal vez andar en su casita dibujada sobre una página en blanco. 


Alejandra Pizarnik, lectura a cargo de Amatista.

Tu compañía

Cuando anochece y tibia
una forma de paz se me acerca,
es tu recuerdo pan de siembra, hilo místico,
con que mis manos quietas
son previsoras para mi corazón
Diríase: para el ciego lejano
¿qué más dará la espuma, el polvo?
Pero es tu soledad la que puebla mis noches,
quien no me deja solo, a punto de morir.
Somos de tal manera multitud silenciosa...

Roque Dalton



Hora de la ceniza

Finaliza septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.
Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.
Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

Siento deseos de reír
o de matarme.

Roque Dalton 

El vanidoso

Yo sería un gran muerto.
Mis vicios entonces lucirían como joyas antiguas
con esos deliciosos colores del veneno.
Habría flores de todos los aromas en mi tumba
e imitarían los adolescentes mis gestos de júbilo,
mis ocultas palabras de congoja. 

Tal vez alguien diría que fui leal y fui bueno.
Pero solamente tú recordarías
mi manera de mirar a los ojos.

Una de las caras del amor es la muerte,
en el humo de esta época eternamente juvenil.
¿Qué me queda ante ti sino la perplejidad de los reyes,
los gestos del aprendizaje ante la crecida del río,
las huellas de la caída de bruces entre la ceniza?
La propia juventud decrece
y trota la melancolía como una mula.

Roque Dalton 


Como tú

Yo como tú
amo el amor,
la vida,
el dulce encanto de las cosas
el paisaje celeste de los días de enero.

También mi sangre bulle
y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.
Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan,
de todos.

Y que mis venas no terminan en mí,
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.

Roque Dalton

 


Alta hora de la noche

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

Roque Dalton 

domingo, 22 de enero de 2012

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

César Vallejo

Bordas de hielo

Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!

Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!

Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...!

César Vallejo


Masa

Al fin de la batalla,
y muerto ya el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
"No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate, hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

César Vallejo 




viernes, 20 de enero de 2012

Parpadeo


Esa pared me inhibe lentamente
piedra a piedra me agravia
ya que no tengo tiempo de bajar hasta el mar
y escuchar su siniestra horadante alegría
ya que no tengo tiempo de acumular nostalgias
debajo de aquel pino perforador del cielo
ya que no tengo tiempo de dar la cara al viento
y oxigenar de veras el alma y los pulmones

voy a cerrar los ojos y tapiar los oídos
y verter otro mar sobre mis redes
y enderezar un pino imaginario
y desatar un viento que me arrastre
lejos de las intrigas y las máquinas
lejos de los horarios y los pelmas

pero puertas adentro es un fracaso
este mar que me invento no me moja
no tiene aroma el árbol que levanto
y mi huracán suplente ni siquiera
sirve para barrer mis odios secos.

Mario Benedetti 

Escondido y lejos

¡Qué te ha dado el pasado?
¿la fuga que te mira en el espejo?
¿aquel fantasma que te desbarata?
¿la sombra de tus nubes? ¿la intemperie?

Rápido como el río ha transcurrido
pero ocurre que el río no envejece
pasa con sus crujientes y sus ramas
sus duendes y su cielo giratorio.

Quedaron armoniosos pero inmóviles
tu mayo de piedad, tus artilugios
todo el prodigio se volvió espesura
y la espesura se llenó de tedio;

ya no llueve en tu olvido, ni siquiera
en tu pobre redoma o en las tapias,
aunque el pasado está escondido y lejos
no tienes más remedio que mirarlo.

Mario Benedetti


El Cantar de las Huestes de Igor

Toda la noche escucha el llamamiento de la muerte, toda la noche escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama.
Y tantos sueños unidos, tantas posesiones, tantas inmersiones en mis posesiones de pequeña difunta en un jardín de ruinas y de lilas. Junto al río la muerte me llama. Desoladamente desgarrada en el corazón escucho el canto de la más pura alegría.
Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque al oír su canto dije: es el lugar del amor. Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque con una sonrisa de duelo yo oí su canto y me dije: es el lugar del amor (pero tembloroso pero fosforescente).
Y las danzas mecánicas de los muñecos antiguos y las desdichas heredadas y el agua veloz en círculos, por favor, no sientas miedo de decirlo: el agua veloz en círculos fugacísimos mientras en la orilla el gesto detenido de los brazos detenidos en un llamamiento al abrazo, en la nostalgia más pura, en el río, en la niebla, en el sol debilísimo filtrándose a través de la niebla.
Más desde adentro: el objeto sin nombre que nace y se pulveriza en el lugar en que el silencio pesa como barras de oro y el tiempo es un viento afilado que atraviesa una grieta y es esa su sola declaración.
Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos -como una cesta lle na de cadáveres de niñas. Y es en ese lugar donde la muerte está sentada, viste un traje muy antiguo y pulsa un arpa en la orilla el río lúgubre, la muerte en un vestido rojo, la bella, la funesta, la espectral, la que toda la noche pulsó un arpa hasta que me adormecí dentro del sueño.
¿Qué hubo en el fondo del río? ¿Qué paisajes se hacían y deshacían detrás del paisaje en cuyo centro había un cuadro donde estaba pintada una bella dama que tañe un laúd y canta junto a un río? Detrás, a pocos pasos, veía el escenario de cenizas donde representé mi nacimiento.
El nacer, que es un acto lúgubre, me causaba gracia. El humor corroía los bordes reales de mi cuerpo de modo que pronto fui una figura fosforescente: el iris de un ojo lila tornasolado; una centelleante niña de papel plateado a medias ahogada dentro de un vaso de vino azul. Sin luz ni guía avanzaba por el camino de las metamorfosis. Un mundo subterráneo de criaturas de formas no acabadas, un lugar de gestación, un vivero de brazos, de troncos, de caras, y las manos de los muñecos suspendidas como hojas de los fríos árboles filosos aleteaban y resonaban movidas por el viento, y los troncos sin cabeza vestidos de colores tan alegres danzaban rondas infantiles junto a un ataúd lleno de cabezas de locos que aullaban como lobos, y mi cabeza, de súbito, parece querer salirse ahora por mi útero como si los cuerpos poéticos forcejearan por irrumpir en la realidad, nacer a ella, y hay alguien en mi garganta, alguien que se estuvo gestando en soledad, y
yo, no acabada, ardiente por nacer, me abro, se me abre, va a venir, voy a venir. El cuerpo poético, el heredado, el no filtrado por el sol de la lúgubre mañana, un grito, una llamada, una llamarada, un llamamiento. Sí. Quiero ver el fondo del río, quiero ver si aquello se abre, si irrumpe y florece del lado de aquí, y vendrá o no vendrá pero siento que está forcejeando, y quizás y tal vez sea solamente la muerte.
La muerte es una palabra.
La palabra es una cosa, la muerte es una cosa, es un cuerpo poético que alienta en el lugar de mi nacimiento.
Nunca de este modo lograrás circundarlo. Habla, pero sobre el escenario de cenizas; habla, pero desde el fondo del río donde está la muerte cantando. Y la muerte es ella, me lo dijo el sueño, me lo dijo la canción de la reina. La muerte de cabellos del color del cuervo, vestida de rojo, blandiendo en sus manos funestas un laúd y huesos de pájaro para golpear en mi tumba, se alejó cantando y contemplada de atrás parecía una vieja mendiga y los niños le arrojaban piedras.
Cantaba en la mañana de niebla apenas filtrada por el sol, la mañana del nacimiento, y yo caminaría con una antorcha en la mano por todos los desiertos de este mundo y aun muerta te seguiría buscando, amor mío perdido, y el canto de la muerte se desplegó en el término de una
sola mañana, y cantaba, y cantaba.
También cantó en la vieja taberna cercana del puerto. Había un payaso adolescente y yo le dije que en mis poemas la muerte era mi amante y mi amante era la muerte y él dijo: tus poemas dicen la justa verdad.
Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que buscar el amor absoluto. Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción.
Escribo con los ojos cerrados, escribo con los ojos abiertos: que se desmorone el muro, que se vuelva río el muro.
La muerte azul, la muerte verde, la muerte roja, la muerte lila, en las visiones del nacimiento.
El traje azul y plata fosforescente de la plañidera en la noche medieval de toda muerte mía.
La muerte está cantando junto al río.
Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción de la muerte. Me voy a morir, me dijo, me voy a morir.
Al alba venid, buen amigo, al alba venid.
Nos hemos reconocido, nos hemos desaparecido, amigo el que yo más quería.
Yo, asistiendo a mi nacimiento. Yo, a mi muerte.
Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aun muerta te seguiría buscando, a ti, que fuiste el lugar del amor.
 
Alejandra Pizarnik
 
 

Los hombros soportan el mundo

Llega un tiempo en que no se dice más: Dios mío.
Tiempo de absoluta depuración.
Tiempo en que no se dice más: mi amor.
Porque el amor resultó inútil.
Y los ojos no lloran.
Y las manos tejen apenas el rudo trabajo.
Y el corazón está seco.

En vano mujeres llaman a tu puerta, no abrirás.
Quedaste solo, la luz se apagó,
pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes.
Eres todo certeza, ya no sabes sufrir.
Y nada esperas de tus amigos.

Poco importa que venga la vejez, ¿qué es la vejez?
Tus hombros soportan el mundo
y él no pesa más que la mano de una criatura.
Las guerras, las hambres, las discusiones dentro de los edificios
prueban apenas que la vida prosigue
y que no todos se liberaron aún.
Algunos, hallando bárbaro el espectáculo,
pereferirían (los delicados) morir.
Llegó un tiempo en que nada se gana con morir.
Llegó un tiempo en que la vida es una orden.
La vida apenas, sin mistificación.

Carlos Drummond de Andrade, Brasil, 1902-1987


Suma presencia

I (GRACE)

En la cocina releo mis notas.
Se oyen ajenas, sin embargo,
Son mías.

¿Qué hay en la página?

Estelas, sombras que ya no soy.
Estimo lo hecho y estiro los brazos,
Bebo un poco de té,
Mientras en llanto la tarde se aleja.

Sobre la mesa mis notas y sin saber
Qué volveré a escribir.

II

Todavía mi aliento en el pozuelo,
El agua moja mis pies e ignoro
Qué agua me cobija.
Del pozuelo vuela una estrella
Eso imagino.
En tres o en dos nada infiero
Al perderse el corazón en su albergue.

III

Detrás, nada queda.
Adelante, nada se vislumbra.
Aquí, ni olvido ni adivinación,
De lado o al fondo: una ventana.
Pasan las nubes, crecen o se deshacen.
Cantan los pajarillos en las nubes
Y el cielo mira mis nubes que crecen
O se deshacen…

IV

El hogar huele a infante
Y la risa socorre en la pena.
A la vuelta, tal vez,
No pueda reconocer la menuda carita.

V (SILVIA)

Silencio, siempre silencio
Oculto en la sensación del otoño.
Nada hay en la quietud del anocheces.
En silencio, siempre en silencio
La oscuridad que espejea en el solitario
Sobre el silencio de la cafetera.

VI

El susurro en la mesa y aún no llega.
La sonrisa vigía en la mirada.
La palabra presentida en el aire
Que la mirada aviva.
Sin oírte amo la luz.
Que libera el soplo de la milagrosa idea.

VII

Este día diferente a su redondez,
Real o iluso, no pide heraldos ni celadores.
Portento de temor amar se niega el indefenso
Y las nubes zozobran en el sopor de esta cocina
Entre un té negro y un cigarrillo gastado.

Este día de errores y misceláneas
Carga consigo, a babor, el insomnio, sin pagar el rastro
Que aún no termina con el sueño.

VIII (PRINSS)

Mi padre ahuyenta los silencios
Con la ambición de sentir
Que nada inútil hay en él.

Echado en el mueble habla de política
Con el entusiasmo de un adolescente
(no hay entusiasmo es sólo un pretexto para admirarlo).
Ciego aún irradia corderos por su voz.
Voz y bastón, suma presencia.






IX

El bastón afianza el paso inseguro,
Da al oído la orientación
Donde mi padre pone su confianza.
No dos, sino tres ajustando al paso
En la sombra,
Diseñando la huella al azar,
En un vano esfuerzo de claridad.

En los ojos la disolución,
Ochenta no afianza porvenir,
Sino ocaso que el crepúsculo ataja
Al mortal descenso.
Ante esta noción del ente
El viaje es un descanso convulso
Donde los ojos anuncian el cercano silencio.

X

Disminuye o acaso el ave
En su blancura, suspendida,
A otro aire arriba, sin ornamento,
Ante un cielo desnudo,
Siendo por no ser,
Dibujando un mármol de clara certeza.
Los arcos estelares transparentes,
Vibrando en lo estático
O en el vacío
Que ningún ojo pueda, en otro aire,
Poner otra magnificencia en aderezo.

En el instante hay una ventana
Que nos arroja en otro vuelo, en otro ensueño.

XI (GONZ)

Debajo el puente: el agua.
El agua no contiene y refleja,
El vacío ni contiene ni refleja.
En el pájaro el vacío vuela
Y en el agua se vislumbra.
Mientras en el río contemplo el pájaro,
En el vacío otro mundo se percibe.


XII

Mi hijo mira el cielo y sonríe,
Su gracia conmueve.
Mira mi padre e implora,
Se recoge ante la conciencia.
Miro el cielo y el resplandor
Me desarma.
El cielo embriaga a quien mira,
Al hombre complica.
El cielo huele a mirra, la risa convoca
Y el rostro imprime que ha estado ahí.
No cambia el cielo, sino el hombre
Su propia muerte.
El cielo tiene sus dudas y su arcángel
Nos recuerda la prisa y el golpe.
La risa es un mirar de primavera;
La mía, quizás, sea de verano, translúcida
Y sofocante. La de mi padre, la del seco
Invierno que el cielo hace caer en los cuerpos
Transfigurado por la lejanía.

XIII

¿Cuántas veces caminé sumido en tu recuerdo?
Era una tormenta ajena la ciudad,
Y más profunda en otro tiempo: el tuyo.

Mis ojos eran otra visión, ora ensoñación
Y mi ser en otra latitud: la nuestra.

Caminar liberaba de rescoldos mi ser:
Era un saltarín remoto.
Abrazados olvidábamos la ciudad
Por nuestro Reino.
El amor absorbía el ahora de entonces
Y en el mar veníamos espumados de asombro.
La oquedad vivía en nosotros.
Ahora camino con mi soledad, y tan objetiva
Que no reconozco el camino recorrido.

XIV (INSURRECTA)

De paso en paso
Ni queda ni avanza la barca.
De ensoñar revuelve quien montado regresa.
Sobre el casco una tormenta.
Indecisa la mirada, el jinete atrás, imantado,
Soberbio regañándose…
Las velas indican la partida y él, indefenso consigo,
Nada sabe por momento.
Una voz respira penosa, luego s deja caer,
Camina mojándose y sube pertrecho a la barca.
No mira atrás, distante y extraño es el mar adelante.
Algo se aligera en su pecho y sonríe
Como un olvidado ángel en regreso.

XV

Que soy Rodrigo Vivar
Sin más desnudez que la luna rota,
Mostrando el vacío en pura obertura,
Alentado por el olvido y el rechazo.

Al Vivar Rodrigo voy saludando mañana
Y de duro razonar admito el rubor del anhelo perdido.
Regresará este humo entre dos. Ya no recuerdo,
Sino atisbo angustiados en ensoñar amargo
Que la tarde dilata en este café de milagros.

Estoy, estacionado en mí, que acechar no puedo
De tanto salir mi entrada morosa.

XVI

Mira el hijo que despierta,
Su mirar escruta
Y la rosa resbala por el ventisqueo del aire.

Pide hacer el vago aliento
Que no acierta consigo traer:
Un mundo que urge salir.
Mira y sostiene el filo al mirar el trueno
Al punto de las hojas otoñales.
Animal brusco y menesteroso;
Pasa el fulgor que el árbol agujera
Sobre la cara el padre absorto.

XVII (FRIDA)

Sobre el ojo el abrazo incierto,
Erguido en el horizonte socorre el deterioro
De la melosa vanidad.
Se mantiene la desazón en la luna triste,
Atascada en la noche guardo.
De tanto el olvido anchuroso vuelve,
De imágenes se apresura la luz;
No es tanta la visión como el estremecimiento
Y, alguna vez, entre ambos, en mi pecho el amor.

XVIII

Que bien el sol en su postrero horizonte
Y un ave que en la quietud alardea su sombra.
Se suspende o se degrada el recuerdo
Atinando una melancolía de mujer, llena
De consistencia en el balcón de la noche.
El hombre murmura consigo y el cigarrillo
Se gasta, como él, por hallar peso en la levedad azul
Que irradia, iridiscente, la tarde
En la equidistancia del relieve.

XIX

El domingo es una saeta al revés
Ardiendo como hojas secas.
Las gentes salen, yo retomo mis pensamientos
Y los pongo sobre la mesa.
Crece un árbol y la luna brilla detrás;
Un árbol de sombra, y por torcer la rama
Se astilla y sangra una melancolía silenciosa.
Por la rama la turbia sensación
Que sacude el sopor y las repeticiones.
Puede, por sufrir, el domingo en las llamas
Del árbol perverso e inútil.
Preocupan los domingos siguientes
Y uno vuela al mismo sacrificio.

XX (TOCATTA)

Este aislar imágenes
Que rebotan y sacuden la atención,
Ensanchando otro tiempo triste.
La vida confiesa, en sus entes, ir
Acumulando en la desnudez; nada
De ahorro en el partir.
Mi padre, inocente patriarca, echa
En mi el peso de no estar a tiempo,
En sí, soy un engaño por más esfuerzo.
Bien lo sé, me debo a él y no hay otra salida.
Reboto hasta el techo y me digo ___Oh, un hombre,
Un ave o un ángel (el espíritu se sacude)…
Es confiar demasiado en la ausencia,
En la imagen que no volverá a tierra.
Ser primogénito sus secretos tiene:
Es que con sólo querer derrumba el intento
Y nada podrá separarnos de aquello.
Me cuesta el cazar imágenes que,
Alguna vez, se realizarán, a pesar de lo leve.

XXI

Puede que camine y me acompañe un árbol
Y sus ramas me protejan del mediodía.
Ese sol, que madura la imagen, vuela
Hasta ser algo que ya no es y persiste en mis ojos
Bajo el temblor.
Puede el árbol cegarme importa poco ante
La espesa soldad.
Puede que no recuerde ser y vague ensoñando,
Como otros; puede que sea el árbol y sombra yo
Ajena a la luz, y nuevas ilusiones me separen del tráfico.

Pero entre lo que pueda ser y lo que soy, no hay acequia.
A los cuarenta toda posibilidad anida en lo que es,
Sin embargo, el árbol socorre y no hay agua;
Mi consuelo no surte patrimonio que halague
En repetir este lado que ignoro y ése que sueño.

XXII

Requiere el paso más esfuerzo
Y todo adquiere la placentera visión
Del descanso.
El paso pasa y no vuelve,
Otro paso exige la voluntad.
Otro revuelto paso admite el soñado.
Nada de parar.
El nuevo paso entusiasma antes,
Aunque después desborde el esfuerzo
Al revés.
Un paso pide la vida y nadie negarlo puede,
Salvo que la sal nos devore en poco tiempo.
Es mi lucha: un nuevo paso
Que requiere de más esfuerzo.

XXIII (SOLMAR)

Mi soledad atrae ausencia,
Mi amor espera, ni esperanzas viejas.
Con ella no lucho, espero que despierte
Para beber de la fuente
Que percibo y no comprendo.

Al viento esta soledad dormida
Que me tiene por sustento.

XXIV

En la desidia está el poeta.
Contempla y muere.
Adora el silencio en la flor.
El poeta en el borde del alma
Viviendo como un capullo,
Avivando el aire que retiene
La música desolada de su redención.

XXV

Al acostarme mis ojos otra vida tienen:
Sombras relucientes hacia mi cabeza y los pies.
La oscuridad vuelve y salgo de la pantalla;
De mi acontece al centro una voluntad
Que me baja donde no apelo.
Estoy y no huelgo vencer:
Un ángel desconocido me sonríe y el agua
Me sostiene. Digo: “Un sueño”, y una voz desmiente
Busco y el horizonte como un velero en naufragio.
Me reclama…
Me sorprende la hora y despierto húmedo.
Es tarde, los muchachos esperan…

XXVI (PRINSS)

Si por amar en el error acomete,
No amar tampoco certeza tiene,
Y colocado en la sombra más duda
Que vacía la casa.
No hay caricia que devuelva aquella,
Ni pasillo que vivifique, en la ausencia
De dolor se llena, así milagroso en la tormenta.
Lejos del amor me sufro, cerca se cristaliza.
Por helena volver quisiera; quimera pensar en ello.
Me queda azuzar la ausencia en los días…
Que apenas crecen.

XXVIII

El mar espeso velero
Inundado de distancia.
Eres imagen, no recuerdo;
Pura transparencia ensimismada.
El mar, perfecto, no así en tu forma,
Idea que inquieta el ser.
Me llena si por ti voy de mar,
Un poco basta para ahogar la demora;
El cielo henchido de luceros.

El mar espero en el fuego,
El amor en la hueste de mis ojos
Por tocarte y arriba se retoca el ser,
Imitando, que no llega.
Sufrir, ansia consumida en las manos,
Talla de aire que ocupa el mundo.
Amor de mar tu cuerpo, de sutil aroma
El espíritu cegador, tierra herida,
Hombre devorado, atado al velero del mar
En la distancia.
Te busco en las nubes
Y la pasión del trueno
Anuncia el hallazgo.

Mar, el mar, sierpe que ahogando vive,
Cuando llegues, mejor aún, que mis sueños.

XXIX (GRACE)

De surco el asidero,
Entre la silueta y la flor
El indeleble aire que paraliza.
Buscando fondo miro otear tigres
Blandiendo tu amor, aquí, absorbiéndole
En la luz de la luna.
Alcanza pues, en la espera,
Madurar tu horizonte, ciego y hondo;
Donde los pájaros amanecen en la quietud.
Tanto el éxtasis como el arrobo y la descarga.
Por tu espalda un batallón adereza, en recta
Formación el perfume ante la experiencia.
Muero, no sobreviviré en la hondonada.
He de quedar en el bajo relieve de la forma,
Abrevando en la paloma con su sol
Ante el sendero desértico.

XXX

La flor.
De brillantes colores
Su talle en el hueco.
Mírala inmóvil en la sensación,
Huélela y acierta en su perennidad.
Seguirá emitiendo colores en su hueco
O estaré percibiendo su no estar
Que estimula su ser.


AMATISTA
SILVIA
PRINSS
GONZ
INSURRECTA
FRIDA
TOCATTA
SOLMAR